viernes, 7 de enero de 2022

Canto porque me sale del alma y el alma duele, se parte, ama, ríe, llora 




Es de noche, del escenario fluye una niebla azulada que avanza poco a poco hacia el público. Unos focos de luz roja recorren con su haz la escena de un lado a otro. Murmullos. Silencio. Se palpa una atmósfera de expectación cuando de pronto estalla la pirotecnia y se encienden las luces. Un compás frenético suena  y el público, de pie, recibe con una ovación a Dora Helena quien entra en el escenario contoneándose, con los brazos abiertos y con voz enérgica saluda y toma el teatro con sus tacones, mientras mira al cielo con todo su ser y  toca, con el micrófono, las estrellas.


Sinestesia sonora

Yo canto con el alma. 

Canto porque me sale del alma y el alma duele, se parte, ama, ríe, llora. 

Proyecto mis sentidos en mi voz para transmitirle al público las sensaciones que emanan de la música: el sabor dulce o amargo de la letra,  las texturas entre ritmo y pausa, los colores que destellan las notas, el aroma fresco de una estrofa y el coro de emociones que irradia del público.

Mi voz es mezzosoprano. Procuro que se sienta lo que quiero transmitir con ella. Cuando canto regalo lo mejor que hay en mí porque, para mí, es un regalo que la gente me escuche. 




Empieza la función

Me pongo muy nerviosa, pero es subir al escenario y siento la protección de mis dos tótems. Uno corre hacia mí y el otro, a mi espalda, me da paz. Hacia mí avanza una pantera negra que entra por mis piernas y sube y sube hasta que me da su voz. Me transmite energía. Adrenalina. Fuerza. 

Tras de mí, quieto,  siento que hay un elefante que me tranquiliza y me recuerda que mi familia está conmigo. A partir de ahí siento la energía de una pantera y la determinación de un elefante.

Cuando canto lo hago hasta por quienes no ya no están. Siento que todas las personas queridas, que ya no están en esta vida, están ahí escuchándome.

Soy creyente.  Siento que el universo somos todos y creo que quienes no están nos transmiten su energía.

Canto a mis hijos. Quiero y necesito que mis hijos Jorge, Adara (mi bichito) y Aura   estén orgullosos de mí. Necesito transmitirles el legado de una cultura musical que se está perdiendo. 






En el escenario

En el escenario soy yo. No tengo que controlarme, estoy desnuda. En realidad,  soy una persona con mucha energía y muy enérgica. En la vida normal no puedes ser tan intensa porque es difícil seguirme. 

Sin embargo, en el escenario saco toda esa energía sin límite que soy yo y la proyecto en la actuación. Es algo que no sé explicar, lo llevo en las venas. Podría estar doce horas cantando sin parar. Me preparo física y mentalmente antes de cada actuación. Todos los días hago deporte y corro unos diez kilómetros. Me despeja la mente y me da fuerza. También medito antes de cantar, escucho mantras, sobre todo el de Tina Turner. Es como una purificación.


De Cabo Verde a San Javier

Mis padres, Julia y Ruy, son de Cabo Verde, un maravilloso archipiélago que hay bajo las islas Canarias. En diciembre de 1982 viajaron a Lisboa para celebrar las navidades con la familia y el día 24 nací yo, mi parto se adelantó y les di la sorpresa . Por eso las navidades son especiales para mí. Celebro mi cumpleaños y la Nochebuena.

Años después, por motivos de trabajo, mis padres se trasladaron a Villaseca de Laciana, un pueblo minero de León, y allí nos criaron a mi hermano Ruiz y a mí. Mi padre trabajaba en la mina y mi madre abrió una peluquería.

En la escuela, a los 7 años,  Martín, mi profesor de teatro, me escuchó cantar mientras jugaba con mis amigas y me animó a participar  en el coro del colegio, a estudiar solfeo y a hacer teatro. 

Me viene a la cabeza un recuerdo muy entrañable, el olor de los productos de Nivea que usaba  mi padre cuando se  afeitaba mientras sonaban las mornas, la música típica de Cabo Verde. Me viene el aroma de los momentos de siempre. Mi madre haciendo pollo asado en la cocina de carbón, lo aliñaba con nuez moscada y especias. Lo acompañaba con un puré de patatas que hacía con un pasapuré de esos de mango giratorio.  Lo echaba en un cuenco grandísimo verde que recuerdo como si lo tuviese aquí mismo. Mi hermano Ruiz y yo siempre estábamos jugando mientras ellos hacían las tareas. La verdad, que el regalo más grande que me hicieron mis padres fue mi hermano Ruiz. 

Los domingos, a las 11 íbamos a misa, y a la salida mi padre nos recogía con la moto, una Derbi diablo roja, de motocross, en la que nos subíamos a pasear. A mi hermano, como era pequeño, lo sentaba delante. Yo iba detrás abrazada a él. Nos llevaba al bar y nos invitaba a mosto y a pinchos de chorizo y champiñones.

Los veranos los pasábamos en Santiago de la Ribera y a los 17 años nos trasladamos definitivamente aquí. Poco a poco y a través de amigos fui contactando con diversos grupos y empecé a cantar hasta ahora.

Mi madre me dio un gran consejo,  insistía en que estudiara peluquería: “Vayas donde vayas siempre encontrarás trabajo”-decía. Así que siguiendo su recomendación estudié Formación Profesional en Peluquería y Estética. Durante una temporada me dediqué a ello e incluso monté un Spa en Sucina.


Lo más doloroso

Perder a mi hija Aura en el sexto mes de gestación porque tenía una enfermedad genética que, según los especialistas, “no era apta para la vida''.

Llevaba un año queriendo quedarme embarazada pues no quería tener solo a Jorge, mi hijo. Fuimos de viaje a Mallorca y a la vuelta, una mañana al levantarme, me noté diferente y tuve la certeza de que lo estaba. Inmediatamente llamé a mi amiga la doctora Querubina y me hizo las pruebas correspondientes. Me sentía profundamente feliz, sentía su energía dentro de mí y me inundaba de fortaleza.

De esto hace cuatro años y sigo locamente enamorada de ella. 

Recuerdo que mi hijo y yo, desde que supe del embarazo, íbamos a distintas clínicas de la zona a que me hicieran ecografías para  poder verla. La felicidad de mi hijo era inmensa. Cuando veía las ecografías, que por entonces era una lentejita, se emocionaba.

Cuando  perdí a Aura quería estar dormida todo el día. Quería dejar de sufrir. Era muy, muy duro para mí y para Emilio, mi marido,  él estaba conmigo permanentemente. Sentí mucha rabia con su pérdida porque me parecía todo muy injusto.

Mi madre,  mi hermano y mis amigas Esther y Saray me dieron todo su apoyo y cariño. Entonces, para sobrellevar ese dolor tomé unas pastillas para dormir y así lo hice durante dos días y, de pronto, una mañana temprano, vi a Jorge y a mi perrita Luna, que no me dejaban sola ni un segundo, mirándome mientras dormía. Sus miradas se me clavaron en el corazón y en ese momento reaccioné.

Me vino a la memoria la cara de Jorge mientras mirábamos las ecografías y el amor de sus ojos. Así que me levanté del sofá y empecé a aceptar la situación. 


He aprendido a vivir con ese dolor y creo que nunca la olvidaré. No quiero olvidarla. Me duele su ausencia pero su recuerdo vivo me da fuerza.  No sé si es bueno o malo pero yo la llevo siempre presente. Le agradezco tanto, tantísimo, esa fortaleza que me dio mientras estuvo dentro de mí. Es más, siempre tengo presente a Aura cuando la canto la canción Halo de Beyoncé. Es una canción muy especial para mi.


Este es un tema sensible para mí. La pérdida de un hijo antes de nacer es un asunto que se silencia socialmente. A las mujeres que lo han sufrido les diría que no se callen, que expresen cómo se sienten.  Que hablen del dolor que tienen. Yo la llevé dentro; la sentía, la notaba moverse. Después, cuando la perdí,  no sabía qué hacer con ese dolor tan grande que sentía. 


Esto no es un fracaso por ser una mala mujer, y lo digo porque nos vienen muchos pensamientos negativos como que “ no me he cuidado lo suficiente”, “no valgo para ser madre”,  es como si te maltratases a ti misma. Habladlo, no lo silenciéis y buscad ayuda y apoyo para no llevarlo solas.


La vida nos da bofetadas, pero también alegrías. Mi hija Adara es como un ángel que ha venido a  revolucionar nuestras vidas con su risa y con su energía. Para mí ha sido un elemento sanador que ha influido muchísimo en la sensación de paz que tengo ahora.





Trayectoria profesional

Ya vivía en Santiago de la Ribera cuando en 2001 me presenté al casting de la primera edición de Operación Triunfo donde quedé finalista.  Y así, me introduje en el mundo de la canción. Canté en bandas y orquestas como Sueños de Luna, de Francisco Morales, de Cehegín, con quien trabajé unos diez años en giras desde el 21 de junio hasta el 14 de septiembre. No parábamos y apenas podía ir a casa. A nivel profesional me ayudó mucho a curtirme como cantante.  Un amigo, Alberto, me puso en  contacto con el grupo Marabunta, donde conocí a David, el padre de mi maravilloso hijo Jorge. Formé parte del grupo Cartaginés Tremendo Road donde interpreté canciones de Areta Franklin, Donna Sumer, Etta James, entre otras, y colaboré también con la Banda de la Tintorería de Villablino de Laciana.


He actuado de telonera para Xuxo Jones y Coti e interpretado temas originales de varios compositores. Participé como vocalista en el tema ‘El pez en Leo’ del disco Stephanie Dream 's  del saxofonista José Luís Santacruz, grabado en colaboración con el músico y productor de Los Ángeles, Michael Ferenci.


La gran mayoría me conoce por el espectáculo tributo a Tina Turner y Grandes Divas.

Cantar Tina es todo para mí. Recuerdo que de niña mi padre me puso debajo de la cuna un altavoz y me ponía a Tina Turner para dormir. Creo que por eso la tengo tan dentro de mí. 

La música para mí es vida, energía, salud, conexión. Sentirme viva, cuando canto conecto con mi alma.

Un mensaje

Para quienes quieren cantar o dedicarse al mundo de la canción les diría que las cuerdas vocales son un músculo. Todo el mundo puede cantar. Se puede nacer con una voz para cantar estupenda y, aún así, hay que educarla. Puedes ser diferente en algunos matices pero el entrenamiento de la voz y su conexión con el alma son fundamentales y es lo que nos hace diferentes y especiales a los artistas.

Al principio cantaba de oído y tuve que pulir mi voz. En León estudié solfeo y continué  mi formación. La primera profesora de canto que tuve aquí fue en Lo Pagán, la entrañable Josefina Bjork ‘Fifí’, quien fue cantante de ópera en Suecia.  

Tuve que aprender a controlar mis emociones al cantar porque me conmuevo tanto que me desbordaba. Ahora, igualmente me desnudo al cantar pero consigo controlar la intensidad de mis emociones a la hora de interpretar una canción.

Yo empecé desde abajo y he tenido la suerte de contar con el apoyo incondicional de mi  madre y de mi marido Emilio. Ahora en el espectáculo llevo un equipo de 25 personas, entre ellas seis músicos, nueve bailarinas, tres coristas, una directora de escena, un director musical y el equipo técnico de luces y el de sonido. En este momento estoy trabajando en un proyecto ilusionante: sacar mi propio álbum. Así que os animo a quienes sentís esta vocación, se empieza sola contando tan solo con el apoyo de las personas más cercanas y, si  trabajas duro, entrenas la voz y ensayas una y otra vez se puede conseguir el sueño.



Baja el telón

Dora Helena es tímida. 

Dice que, al final de un concierto, cuando van a felicitarla le da “como vergüenza”. “He aprendido a agradecer-dice. Por más que me den la enhorabuena, siento que cada persona es única. Así que, si tú vienes a saludarme, me sobrecoge que tú, y solo tú, lo hagas, porque me produce un enorme respeto que me dediques tu tiempo para acercarte y felicitarme”. 

Dice que lo que llena el alma del artista es el aplauso porque es lo que transmite la energía del público. Dice que al acabar el espectáculo se va llena de esa energía y que, al llegar a casa, necesita estar dos o tres horas relajada para dar gracias al universo. 

El concierto ha terminado. Los aplausos continúan y el público ovaciona a Dora Helena. En el escenario están todos los componentes del equipo bajo una luz cegadora. Suena la música y  el elenco saluda a los asistentes. Un foco ilumina a la diva, a Dora Helena. Poco a poco, la iluminación disminuye mientras brilla su figura. Ya solo queda ella bajo la luz. Mira al cielo; extiende sus brazos y los cruza en el corazón. Se inclina;  hace una reverencia. 

Suena el mantra de fondo, se apagan todas las luces y, muy despacio, baja el telón.



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lunes, 16 de agosto de 2021

'La poesía es mi trinchera en una guerra contra mí mismo y el mundo que no comprendo'

 

Francisco Javier Insa García (Orihuela, 1975) es abogado, docente y licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración. Edita su primer poemario ‘A la luz de mis sombras’ ​con Olé Libros (2020). ​Ha publicado varios relatos en la revista literaria bimensual 'En sentido figurado', editada en Alemania, EEUU, México y España. Fue ganador del I certamen 'Vencer la homofobia' con el microrrelato 'Déjame ser' e incluido en la antología VI Concurso de microrrelatos Porciones del alma (2020). Colabora también como articulista, periodista y poeta en diversos medios digitales. 

Escoltado por una ​hilera de moreras, en un primer piso del murciano barrio del Carmen y cerca del Cuartel de Artillería, reside Francisco Javier Insa García (Fran), escritor polifacético que ahonda en su interior y transmuta del Fran real al Fran autor, al poeta, en búsqueda de inspiración y de versos. 

Confiesa que escribe al desnudo y que para ello vence el pudor: “Me abro las carnes,(...) y siendo honesto, en el fondo, tengo alma de poeta”. 

En este año pandémico estrena su obra ‘​A la luz de mis sombras’ (Olelibros)​, “Mi primer poemario hecho carne”, dice. 

sábado, 21 de marzo de 2020

Kapusca


Recuerdo el aroma de las torrijas que hacía mi padre los domingos por la mañana. 

Ese olor a aceite caliente, canela y cáscara de limón despertaba mi olfato mientras mis orejas se afilaban acechantes, aunque no abría los ojos hasta que escuchaba el sonido de la cafetera para saltar de la cama como un gato.

La cocina, si te agrada, tiene eso, te puede hacer viajar en el tiempo y la nostalgia. Y también puede transmitir nuestra fritanga emocional: imaginen que si vamos harinadas en mal humor o rebozadas en corajina quien pruebe nuestro plato puede acabar con una buena espumadera intestinal. Y espumadera intestinal la que llevo con el coronavirus Covid-19, estoy hasta el niquel ‘Nanas’ de él.

Que si la culpa del contagio es de los madrileños que se desplazaron huyendo de la quema, que si la culpa es de la concentración feminista del 8M, que si la culpa es de las religiones y sus millones de creyentes asistiendo a los cultos, que si de los mítines políticos, los eventos deportivos, de los políticos…, en fin, el caso es no responsabilizarse cada uno de lo suyo, cabrearse contra lo que sea y dar el pestiño por Facebook, Whatsapp e Instagram. De todo esto que se ha movido por las redes sociales, me quedo con el aplauso a las 20h por todos aquellos que trabajan por protegernos y facilitarnos la vida en estos días de encierro. Parece que, por fin, hemos conjurado la canción de Mecano ‘ Un año más’ que ironizaba, refiriéndose a las uvas de Nochevieja, con que “los españolitos (...) hacemos por una vez algo a la vez”.

El caso es que, como ya tengo la casa como los chorros del oro, los cajones y la nevera como nunca, ya me leí los Episodios Nacionalesla Ilíada, la Odisea y la Eneida y Así habló Zaratrusta, y ya he hecho la gerontozumba diaria en Youtube, ahora voy a cocinar.

La col es uno de esos ingredientes que apenas uso en la cocina. Lo mismo me ocurre con el nabo. Fuera de un hervido, guiso o ensalada, no sé qué hacer con ellos. Así que le he pedido a un amigo que me pasara la receta de la kapusca.

Me explicó que necesitaria medio kilo de carne picada de cerdo, tres tomates grandes y tomate concentrado. Cebolla, ajo, sal, a ser posible del Himalaya, por aquello de la tensión, pimienta negra y dos especias muy interesantes: el isot, que es kurda y que son escamas de pimiento rojo picante fermentado y el sumac, unas bayas molidas de color rojo intenso cuyo sabor sirve de sustituto al vinagre y al limón. 

Menos mal que me ha dado por cocinar porque hay ratos que estoy como Martirio cuando canta ‘Estoy atacá’ y dice: 

“ ¡Estoy atacá, estoy atacá!, 
¡Estoy atacá!,
estoy na más deseandito,
de cogé la puerta,
y salir corriendo!”

Pero me calmo comiendo un pedazo de pan con jamón y me concentro de nuevo en la Kapusca. Este plato se acompaña con un buen cuenco de yogur griego que previamente filtramos durante dos horas en un colador de tela y al que se le añade ajo picado, aceite de oliva, sal y un poquito de limón. 

Pongo la sartén en el fuego y le pongo un poquito de mantequilla y aceite de oliva. Desmenuzo con suavidad la carne con un tenedor para que no queden trozos grumosos. Y entre rasera y rasero se hornea en mi mente la canción de Serrat ‘Aquellas pequeñas cosas’ pero en la voz de Enrique Bunbury: 

“Uno se cree
Que las mató el tiempo y la ausencia
Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta
Son aquellas
Pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel”.

Y sigo cocinando la carne, la cebolla y el ajo para que quede bien dorada. Ojeo cómo gotea el agua del yogur, como la letra de la canción que se escurre entre los dedos. De alguna manera, este encierro nos replantea nuestras vidas.

Corto la col en tiras finas y alargadas, en juliana y la espolvoreo en la sartén sobre el frito como si repartiera el fin de los tiempos, lo tapo y aflojo el fuego para que se cueza lento, muy lento durante media hora, y recito el estribillo de la canción, como un mantra: ” Son aquellas pequeñas cosas...”.

Ya tengo listo el yogur para añadirle el ajo, el limón y el aceite. Lo remuevo muy bien con una cuchara mientras observo la espiral del aceite disolverse. El aroma del yogur me recuerda que, de cría, lo hacíamos en casa con una yogurtera que dejábamos conectada toda la noche.

Pongo el yogur en un cuenco bonito. Caliento mantequilla con isot o pimentón picante y se lo echo por encima. Saco un mantel de lino verde hoja y unos bajoplatos y cubiertos dorados. ¡Vaya!, parece una mesa barroca. Me río. Y suena la música porque no he podido resistir poner a Bunbury a toda pastilla: 

“O en un cajón
Como un ladrón
Me acechan detrás de la puerta
Te tienen tan
a su merced, como a hojas muertas.
Que el viento arrastra allá o aquí
Que te sonríen tristes y
Nos hacen que
Lloremos cuando nadie nos ve”.

Coloco dos portavelas de vidrio y acerco el encendedor a las velas, lo sostengo cerca de la llama para sentir el calor intenso. Corto una cala blanca y la pongo, con poquita agua, en un jarrón también de cristal. El jarrón, las velas, los platos y cubiertos, las servilletas de tela…, y mi mantra: “Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas…”.

Llevo a la mesa, en una fuente, bien mezclada, la carne con la col y el bol con la salsa de yogur griego. Los olores son exóticos y picantes. Los centro en la mesa y voy por unas copas grandes de vino. Es una comida vistosa porque puedes situar ambos preparados en el mismo plato y mezclarlos al gusto. El contraste del guiso caliente con el frescor del yogur es delicioso. Se puede acompañar también con arroz o bulgur cocido. Y sigo cantando:

“Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel
O en un cajón”.

Y os acercáis a la mesa riendo y se alborota mi nostalgia. ¡Qué hambre!, ¡qué bien huele!, ¡por fin sabes qué hacer con la col!, - bromeáís . Os servís el vino, desdobláis la servilleta con cuidado y la ponéis sobre las piernas mientras pienso en el estribillo: “Son aquellas pequeñas cosas...”, y dándole una patada a la letra de la canción digo: estas son las grandes cosas y no están en ningún cajón. Es como si este virus también nos transmitiese una pizco de cordura y realidad.

Por cierto, lo de que a la gente le haya dado por comprar papel higiénico en cantidades industriales me tiene fascinada.

domingo, 2 de junio de 2019

Azul y blanco






Mi sueño era ir al Fin del Mundo. Contigo.
Agarrarnos a la barandilla salada de la proa del velero y quemarnos la cara con la ventisca mientras olemos las montañas y los gajos azules de hielo que flotan en el Antártico.
Y ver una ballena azul y un leopardo marino; y pingüinos saltando desde un iceberg.
Con guantes blancos, botas blancas, gorros blancos. De blanco, como nos casamos.
Y reír de frío desnudas en Isla Decepción al bañarnos en su cráter de agua caliente rodeadas de hielo, vapor y nieve.
Pero ya no estás. 
El frío es frío sin ti.


miércoles, 8 de agosto de 2018

Bésame



Dos ranas en la panza de una serpiente hablaban sobre su destino.
-Bésame. 
-Que me dejes. No pienso besar a un sapo de charca. ¿Pero tú te has visto?,

miércoles, 31 de enero de 2018

El don



Se dispararon las puertas y cajones de la cocina y los cacharros volaron hasta estrellarse contra el suelo. Los vasos y los platos se estamparon contra la pared de enfrente y entonces mi abuela Cayetana supo que yo acababa de nacer.

Así me lo contó ella, a mis quince años, en Villananitos, a orillas del Mar Menor, en la noche de San Juan, mientras me miraba con sus ojos amarillo vibrante:

—Apenas pesaste al nacer dos kilos, Coqui, hijica, ¡cómo serías de chiquitilla, que tu padre te mecía en la palma de su mano! Apoyaba tu cabeza en su dedo corazón, tu cuerpo caía a lo largo de la base de sus dedos y tus piernas apenas llegaban a sus muñecas. Si es que eras ochomesina y no estabas desarrollada. Tus orejas, tus ojos y tus puños estaban cerrados y cubiertos por un telo transparente que fue desapareciendo poco a poco. Eras tan prematura que te tuvieron a suero de una misma vaca hasta que tu estómago maduró. ¡Eres un milagro!

—No sé si te contó tu madre que, desde que naciste, una paloma te seguía a todas partes y volaba tras el coche cuando tu padre conducía contigo dentro. Recorrió Marruecos viajando con vosotras. Fueses donde fueses, ahí estaba. Eso indica que tienes mano santa. ¡Si hasta los pavos se duermen cuando los tocas!

Me explicó que algo parecido ocurrió al nacer ella. Su tía abuela Remedios supo que quien acaba de venir al mundo traía con ella el don porque los animales del corral y los perros se movían inquietos, como si hubiese un terremoto y, además, el cielo estaba azul a pesar de la granizada que caía. A sus quince años y en la noche de San Juan, le leyó el porvenir al igual que ella me lo haría a mí aquella noche.

—Por entonces, —me dijo—, vivía en Nador, frente a la Mar Chica. Varias familias de pescadores del Mar Menor emigramos a Nador y a Melilla cuando la guerra porque ambos mares tienen las mismas características: una laguna salada que está separada del Mediterráneo por una franja de tierra, el mismo idioma, temperatura, hasta el mismo langostino. Mi tía Remedios, esa noche, fundió el plomo y me anunció que me casaría con un capitán de los Regulares y que yo sería una buena costurera. Que tendría dos hijos y dos hijas y que regresaríamos de nuevo al Mar Menor porque al protectorado le quedaban dos días. —Así que ya ves hijica, con el don se nace, pero es en la noche de San Juan cuando hay que explicarlo para que una no crezca pensando que está loca. —Me contó.

El resto de la familia, en la calle junto a los vecinos, amontonaba maderas y trastos viejos, rellenaban un mono azul de mecánico con paja que serviría para hacer el San Juan con el que coronarían la hoguera al son de los petardos y al olor de la gasolina. Entonces, mi abuela aprovechó el jolgorio para escabullirse; me tomó de la mano y regresamos a casa. Salimos a la cocina del patio, cogió un bote vacío y limpio de leche condensada, lo puso en el infiernillo rojo desgastado y fundió en él un gran trozo de plomo.

—Es para ver tu futuro, hijica. —Dijo misteriosa mientras vertía el plomo derretido en un cazo con agua. Según ella, esas gotas de plomo se transformarían en distintas figuras que revelarían datos sobre mi destino.

—¡Mira, un ancla! Cruzarás mares. ¿Y esto?, a ver qué parece, mmm, te casarás con un médico. Hijica, tú como yo y mi tía abuela Remedios has nacido con el don; ya te he contado la que se lio en mi cocina cuando viniste al mundo. —Decía mientras observaba uno por uno los trozos de plomo.

Cuando acabó de mirarlos los envolvió en una tira del periódico y se los guardó en el canalillo. Se dirigió a la alacena y me dio una vaina con siete habas, que secó durante el invierno, para que la pusiera bajo mi almohada. Me pidió que, nada más despertar, anotase en un cuaderno todo lo que recordara porque a partir de esa noche mágica, lo que yo soñase, se cumpliría, adivinaría el porvenir leyendo los posos de plomo y sobre quien yo pusiese mis manos sanaría.

Al acabar, busqué a mis hermanos, les conté lo de la abuela y nos reímos de ella. Me sentí una traidora cuando la vi a lo lejos; me observaba con tal tristeza y decepción que aún hoy tengo esa mirada clavada en mi alma. Ese día juré no volver a reirme de nadie más en mi vida.

Por unos años renegué de mi don, era joven y descreída y desatendía a mi voz interior, pero la vida es como una caja de puzzle y, poco a poco, fui encajando piezas sin darme cuenta. Me hice fisioterapeuta y mis clientes me llamaban ‘mano de ángel’. Pasó el tiempo y se cumplió todo lo que vaticinó mi abuela. Aprendí a convivir con mis dones con discreción. Nunca sentí estar loca, sabía que era una chica normal que pertenecía a una saga particular.

Una noche me desperté sobresaltada porque mis abuelos visitaron mis sueños. Mi abuelo murió en la cama mientras dormía. Mi abuela estaba junto a él y se desconectó de la realidad porque para ella era demasiado perder a quien la acompañó más de sesenta años. Quedó hasta su muerte como un bebé: sonriente, con mirada limpia y pícara y con una piel cada día más blanca y juvenil. Solo despertaba cuando yo la acariciaba, entonces me miraba con sus ojos amarillo vibrante y sonreía: Hijica, eres un milagro.

Hoy el ordenador ha dejado de funcionar, la batería se ha descargado de forma inexplicable, ha caído el sistema eléctrico de la calle y el coche no había forma de arrancarlo. Mi nieta acaba de nacer. Tengo guardado un buen trozo de plomo.



Fotografía: http://www.egolandseduccion.com/la-importancia-de-la-mirada/

viernes, 17 de noviembre de 2017

Hoja de reclamaciones


¡Dejadme en paz!, ¡que me dejéis!, salid ya de mi cabeza espías, que sois unos espías. ¡Comunistas! ¡Malditos!

¿No veis que ya viene la señorita de la Oficina de Consumo a atenderme?

Buenos días, ya llevo un rato esperándola. Sus compañeros me han dicho que había ido a desayunar. ¿Os queréis callar?, no habléis los dos a la vez. ¡Ella tiene derecho a almorzar! 

Señorita, mire, he venido a poner una reclamación porque compré una caseta de madera, de esas de jardín, y resulta que ayer la que me entregaron era de resina, así que se la llevaron y cuando fui a que me devolvieran el dinero se negaron. Le traigo la factura y el contrato de financiación. ¡Callaos de una vez que no escucho a la señorita!, ya le hablo yo que a vosotros, con tanto chillido, no hay quien os entienda. Pero si no me entero ni yo cuando os ponéis así. ¡Comunistas! 

Ya sé que le tendría que haber traído la hoja de reclamaciones rellena y sellada por la tienda y si no se la presento es porque, discutiendo ayer con ellos, me puse muy nerviosa y me marché alterada. Se niegan a cambiarme y a llevarme la cabaña de nuevo y tampoco aceptan la posibilidad de anular la financiación. Además, no me dejan volver al establecimiento porque como llevo una escopeta en el carro de la compra les doy miedo.

Por favor, hágame usted el escrito de la reclamación porque yo, aunque tengo estudios, ya veo poco y con estos temblores de manos apenas puedo escribir.

Mi nombre es Carmen, aquí le dejo mi carné que ya no me lo sé. Tengo la cabeza muy mala. Y tú, cállate ya. Maldito. Pero si en vida no me hablabas ¿por qué me das castigo ahora? Sí, ya le he dicho que la caseta era de resina en vez de madera.

Perdone usted, le explico todo. A ver, fui al centro y vi en una tienda una cabaña de aperos en la que yo, con todo lo grande que soy, cabía tumbada y de pie. Además, quedaba espacio para meter estos dos carros de la compra, que aunque están viejos y rotos, llevan mi vida dentro. Cabían hasta estos dos comunistas que no paran en todo el día de pelearse conmigo.

No, la dirección que va en el DNI ya no es la mía. Ahora vive ahí mi hija con su familia. De vez en cuando cojo un autobús y voy, pero poco, así que, mejor que allí no me envíen la respuesta a la reclamación. 

Míreme, señorita. ¿Tiene hijos?, ¿usted cree que no me avergüenzo cuando miro a mis nietos a la cara y que no me doy cuenta de cómo tengo la cabeza y todo lo que arrastro conmigo? 

Señorita, sé que es necesaria una dirección a efectos de notificaciones pero yo no tengo donde recibir cartas, qué quiere que le diga. Si no le importa me lo puede enviar al centro médico del barrio del Pilar que allí hay unas buenas personas. Me dejan dormir en el porche y no llaman a la Policía. Por la mañana, en cuanto llegan, me permiten entrar a los aseos a lavarme; me arreglo la trenza, me pinto los labios y cuando acabo me dan un café. Ahora es como si viviese ahí. 

Mire, cuando dejé de pagar el alquiler porque mi pensión no daba para todo, me fui a vivir a mi coche que, aunque ni arrancaba, al menos me daba cobijo, y un día que fui al mercado a hacer mi ruta, al volver se lo había llevado la grúa. Creo que me denunció un municipal, que es espía alemán, porque yo sabía mucho de cuando la guerra. 

Es que usted no sabe cómo está el mundo. Hay mucho espía. Mire, mire, seguro que algunos de sus compañeros lo son, ¿no ve cómo nos observan por el rabillo del ojo? Yo llevo dentro dos. Uno es Roberto, mi marido, y el otro no sé quién es, pero es rojo. 

Estaba deseando quedarme viuda y me quedé en la gloria cuando se fue, pero a los pocos meses, de repente, un día empecé a oír voces, me asusté y eché a correr por la calle. Sentía que todo el mundo me miraba y me perseguía; me explotaba la cabeza de dolor y me caí y, cuando desperté, estaba en un hospital militar. Lo sé porque todo era blanco, con luces que parpadeaban y gente muy seria: alemana. Por más que me preguntaban no les di ninguna información sobre mí y en venganza por mi silencio, me inyectaron en la cabeza la voz de mi marido y la de un comunista ateo que es aún peor que él. 

Disculpe señorita, me centro en la reclamación. 

Mire, me he cansado de vivir a la intemperie y aunque poco, gano lo suficiente como para pagar a plazos una caseta. Quedé con los dueños de la tienda por la tarde en el parque ese de las mimosas y los pinos porque allí hay un ficus muy grande y bajo él quería que montasen la cabaña. Cuando llegaron con el camión se pusieron como fieras conmigo porque decían que sin una autorización no la montaban ahí porque era un parque público. Les dije que yo no necesitaba permiso porque era una persona muy importante cuando la guerra e incluso, si se fijaban, la calle llevaba mi nombre, así que podían instalarla sin problemas. Al final, como me puse muy nerviosa y estos dos no paraban de gritarme, los del camión llamaron a los municipales y se llevaron mi casa. Ahora no me quieren devolver el dinero porque dicen que la financiación está aceptada y la caseta está en perfecto estado, por lo que no procede la devolución. 

Entonces usted dice que esto se puede resolver porque estoy dentro del plazo de desestimiento del contrato con la financiera y, que en todo caso, el problema estaría con el establecimiento puesto que ellos no han incumplido nada. Bueno, me deja más tranquila si me dice que hablará con el dueño de la tienda.

Señorita, en el porche del centro médico paso frío, me mira la gente al pasar y se ríen de mí. Como nadie ve a estos dos se creen que hablo y me peleo sola. Pero ya puestos, pelarme con vivos o muertos es algo a lo que estoy acostumbrada. 
Y digo yo, por favor señorita, si no es molestia, usted que trabaja en este ayuntamiento ¿por qué no me dejan poner en el parque una caseta pequeña para dormir cuando tantas noches he pasado allí en un banco a cielo raso?

viernes, 25 de agosto de 2017

Sexo salvaje




Esto de tener sexo una vez en la vida y morir por ello me empina las alas más que el Red Bull. Me excita hasta la extremaunción emanar más feromonas que la colonia Axe en su fragancia ‘almizcle & siete machos ’.


Aquí  nosotros todos. Desquiciados. Salidos. Histéricos. Esperando a que ellas nos tomen para vaciar nuestra existencia aprisionados en su ranura vaginal

miércoles, 28 de junio de 2017

Agridulce neón


En Suiza soy un artista. Aquí, un maricón pintado. Me llamo Dante, pero prefiero que me llamen Carola. Soy gay y transformista. A menudo visto como mujer a pesar de que alguna vez me han insultado y apedreado. Estoy acostumbrado al rechazo y, aunque me veas así de feo, bajo, peludo y gordito, cuando me transformo soy irresistible.

Y Carola, con sonrisa burlona, mira divertida +

domingo, 7 de mayo de 2017

Toyu. En memoria.





Toyu llegó en una caja de zapatos, con más barriga que patas y un hocico largo y fino que ensanchaba en las orejas como un algodón de azúcar, café y chocolate. En realidad se parecía más a un ornitorrinco que a una husky mestiza.

De la caja al sofá. Del sofá a la cama. De los brazos a las faldas y para comer sopitas de leche que lamía tiñendo de nieve su morrito bigotudo.

Toyu ya tiene dientes. Agujas del 12 que descosen

viernes, 24 de marzo de 2017

Del amor y su sabor




Me he enamorado dos veces en mi vida y las dos a quemarropa, sin anestesia y estampando mi huella en papel en blanco. 

Conocí a Noa en

martes, 14 de febrero de 2017

Con mi niño a las estrellas

I

- ¡Mira!, ¡Las luces!, ¡Mira, máma, ya vienen!- dice Jorge, recostado en el suelo sobre ella y, ya casi sin voz, apuntando con la mano al cielo. 
- Sí hijo, las veo- susurra Dolores mientras, llorando y sin fuerzas, acaricia la  mejilla de su hijo y ve apagadas las estrellas.


II

Rubén entró en casa de su tía Dolores, la puerta estaba entreabierta y la televisión encendida a toda voz, como siempre. Por la hora que era, le extrañó que no estuviesen ni ella ni Jorge en casa cenando. Entró en la cocina para coger un quinto de cerveza y vio en la mesa de formica un sobre dirigido a él. 

“El cielo me lo trajo, aquí encontró el infierno y

viernes, 27 de enero de 2017

El retrato


En cuanto llegues terminaré de colocar el último retrato que te hice para que te detengas ante él y me preguntes quién es ella. Anónima, es una persona anónima ¿no te parece? Y te alejarás hacia atrás dando un paso, dos, tres mientras centras en tu espalda, con ambas manos, la mochila ocre de piel. 

jueves, 18 de agosto de 2016

El Papa no nos quiere

Leyendo esto me acuerdo de su merced”, leo al amanecer, en un mensaje de texto que me envía mi hermana Marlenys desde Nueva York, junto a un enlace para acceder a una web. Sabe quién es mi periodista favorita y no pierde ocasión para compartir conmigo sus artículos.
Es tan temprano que los ojos no me asisten así que me quito la ropa y entro en la ducha para ver si vuelvo a ser persona. El olor a violetas del gel y el agua me hacen tomar tierra.
Ya en la cafetería, frente a mi café, ese en el que cada día busco un mensaje en sus posos,

miércoles, 13 de abril de 2016

Dunas blancas


La luna en la que Dana desobedeció la prohibición de su abuelo Admún  de visitar a su joven abuela Imany, perdió el miedo a mostrar su monstruoso aspecto.

Admún protegía a su nieta de los rayos del sol y de Imany, y aprovechaba cualquier ocasión para criticar a la joven abuela.

- Es una bruja, una auténtica sájira, capaz de predecir el futuro leyendo en los posos del té

viernes, 14 de agosto de 2015

Amigo imaginario


De niña le contaba mis cosas a Johni, un caballo blanco al que solo yo veía.

Por las tardes, cuando llegaba del colegio y merendaba mi bocadillo de Nocilla, me iba corriendo a la orilla del río y lo cruzaba, pisando sobre las piedras, para no mojarme. En el otro lado, ya en el bosque, saltaba por encima de los matorrales, las piedras y los troncos. Tenía prohibido ir a la montaña porque había lobos pero yo corría y corría pues era un caballo blanco, igual que mi amigo Johni, y los lobos eran como nosotros, seres solitarios. (Siga leyendo)

domingo, 7 de junio de 2015

Asfalto y cartón


Y me acerqué a él porque lo vi echado en el suelo detrás de un contenedor de basura y la gente lo rodeaba para no pisarlo. Al llegar a su lado gruñó como una bestia, se levantó y, cojeando, se marchó.  Por mi maldita manía de ayudar sin que me lo pidan, él abandonó su refugio.

viernes, 20 de febrero de 2015

Secretos de colegio


El día en que comenzó a salirle a Carmela el sarpullido negro en los brazos, un misterioso incidente ocurrido en un tren con parada en su localidad mantuvo en vilo a todo el  país. Contaban los medios que, tal y como se pueden ver en las grabaciones de seguridad, el ferrocarril entró en el túnel que atraviesa el monte mágico de los Templarios a las 08:50h de la mañana y salió media hora antes retornando a su punto de partida. Los pasajeros, perplejos,  juran... (continúa)

miércoles, 17 de diciembre de 2014

"El juglar es un exorcista de demonios en época de crisis, hace soñar"

El actor Matías Tárraga recorre el mundo leyendo caminos con los pies, viste y se alimenta de todo público que le ofrezca unos dineros

Trotamundos, artista de la palabra y el verso que nos pinta la realidad a través de su juego: el verbo. (Continúa)


jueves, 6 de noviembre de 2014

Silencio: un maasai sueña

Partimos desde Valencia rumbo a Kenia para ser testigos del cumplimiento de un sueño: el sueño de William Ore Pele Kikanae, un niño maasai, que ahora, 40 años más tarde, ha hecho realidad.


Sobrevolando Nairobi viene a mi mente la melodía de la banda sonora de película Memorias de África: “I Had a Farm In Africa”, del compositor John Barry.
Un momento, no sigas leyendo, espera. Tómate un segundo y deja que te envuelva la música hasta que puedas escuchar la voz Maryl Streep decir: “Yo tuve una granja en África” ¿verdad que sientes que tú también tuviste que dejar un día arder aquella “granja” que ya nunca existió? (Continúa)

martes, 22 de abril de 2014

Al alba



Emergiste de la tierra y un rayo de sol te iluminó. Creí que eras una escama de sirena.
Bien me avisaste: no podía besarte, ni tocarte… si lo hacía sería tu fin.
Pasó un año y me dijiste que lo nuestro acabó, tú tenías un destino, un mundo… y yo no debía gastar mi vida amándote; me pediste perdón por quererme.
Eras así, tan fuerte y tan frágil…(continúa)

martes, 18 de febrero de 2014

Aquella tarde

Supe que te acercabas a mí por el dulce escalofrío que sacudió mi piel. Incliné hacia atrás la cabeza para que mi pelo te rozase al llegar. 

Respiré hondo y cerré los ojos al sentir tu presencia, tu calor.

Posaste tus manos sobre mis hombros y presionaste, levemente,  tu torso contra mi espalda. Un hormigueo recorrió mi vientre y bajó hasta mis muslos, tensándolos; tomé aire y lo retuve, permanecí así, sin prisa, equilibrando el vértigo, el temor y el deseo.

Acariciaste mis brazos y tus dedos, como brasas, bajaron hasta mi cintura, y despacio, sin dejar de tocarme, te detuviste en las caderas. Las sujetaste con firmeza y tiraste de ellas, hacia ti, con fuerza. Mordí mis labios y contuve la respiración. Mi corazón estaba a punto de estallar. 

Por un segundo rocé tu cuerpo y entonces tú me impulsaste de tal modo que, al abrir los ojos, me perdí volando en el azul del cielo y no pude evitar un gemido de placer cuando, al caer desde lo alto, me volviste a enviar a las nubes empujando, de nuevo,  el columpio.


















Fotografía de César Cerón