miércoles, 13 de abril de 2016

Dunas blancas


La luna en la que Dana desobedeció la prohibición de su abuelo Admún  de visitar a su joven abuela Imany, perdió el miedo a mostrar su monstruoso aspecto.

Admún protegía a su nieta de los rayos del sol y de Imany, y aprovechaba cualquier ocasión para criticar a la joven abuela.

- Es una bruja, una auténtica sájira, capaz de predecir el futuro leyendo en los posos del té
y de adivinar los pensamientos con solo mirarte- siseaba entornando sus ojos para clavar sus pupilas negras en los ojos asustados de la pequeña, mientras acariciaba su barba gris con una mano y pellizcaba, con la otra, las costuras de las mangas de su chilaba.

Pero ese día fue especial. No porque algún acontecimiento extraordinario cambiase la rutina de la casa, ni tan siquiera ocurrió un incidente familiar que influyese en el destino de la muchacha; tan solo era un día normal de la vida normal de Dana y, si fue extraordinario,  es porque ella olvidó su repelente aspecto en el momento en que sintió una irresistible curiosidad por conocer su futuro, ese que decía su abuelo que Imany era capaz de leer en los posos desordenados del té.

Dana aprovechó que todos dormían y escapó, sigilosa, cruzando el patio interior de la casa hasta llegar al portón ocre que daba a los corrales; lo atravesó procurando no despertar a las escandalosas gallinas y, deslizándose como un gato bajo la verja roja, salió a la calle y caminó los doscientos pasos que la separaban de Imany. Al llegar a casa de su abuela, se coló en el jardín central, lo cruzó caminando escondida tras las jardineras y la fuente de mosaicos azulete y plata  y, oculta en el parterre entre jazmines y granados, miraba a través de la ventana de Imany.

Había visto muy pocas veces a su abuela, pero estaba prendada de su elegancia y la delicadeza con la que se movía: parecía un junco bailando con la brisa del atardecer. Le encantaba ver las hennas con las que embellecía su cuerpo: la azulada, que le hacía brillar el pelo como el cielo antes del alba;  la azafranada, que teñía sus manos con racimos geométricos  y  líneas sinuosas, que desembocaban en sus dedos; y lo que más le gustaba, el efecto ahumado del khol, que tanto misterio provoca en la mirada.

- Aunque yo sea horrible -pensaba la niña mientras observaba tras la ventana a Imany- seguro que los posos del té dirán que, en cuanto tenga la edad, me vestiré y seré igual que ella. Imaginaba teñir con henna su blanca melena, y adornar sus manos blancas, y  sus pies blancos. Incluso, usaría khol para maquillar sus cejas blancas, las blancas pestañas  y el perfil de sus ojos gris plomo.

Se imaginaba bella y admirada aunque ahora la gente sintiese repulsa por su aspecto blanquecino y ella, por pudor, se tuviese que cubrir con pañuelos y  velo, incluso dentro de su casa. Fantaseaba con poder pasear, ir a clase e incluso poderse enamorar sin tener que ocultarse. Y había algo más que le preocupaba: necesitaba entender un sueño que se repetía una y otra vez y que guardaba en secreto. Intuía que le daría sentido a su pálida vida.

Del techo brotaba una lámpara de vidrio soplado como un ramo de jazmines de nata; varios candiles tintineaban sus llamas decorados con cristales de colores fundidos y proyectaban luces de tonos mermelada creando un ambiente misterioso, cálido. De frente, en el rincón, junto a la librería, unos farolillos caían en cascada como si fuesen un arroyo luminoso  y varios portavelas decoraban la mesa y las estanterías. Un espejo gigante con un marco dorado dejaba ver casi toda la habitación y decenas de multicolores cojines de seda: era un espejo extraño, de esos que dan miedo porque podrían llevarte a algún lugar.

Y en esos pensamientos andaba cuando de pronto Imany, que estaba escribiendo en el ordenador portátil, levantó la mirada por encima de sus gafas y se fijó en ella. Dana quedó inmóvil, como un ratón al que va a comer una boa y contuvo la respiración hasta que la abuela abrió la puerta  y la hizo pasar.

- Hola, Dana; por favor, siéntate. ¿Quieres un té?
¡Es cierto! - pensó la muchacha aterrada- ... lee el pensamiento y ahora…¿ qué hago?
- Bueno…, gracias. Sí, tomaré un té.
- No me tengas miedo, chiquilla, aunque después de todo lo que habrá dicho Admún de mí, yo también lo tendría - aclaró  riendo Imany.

La chica se acomodó entre los cojines y de pronto vio una fotografía en la que había un hombre, una mujer y una niña de no más de un año. Eso la inquietó  pues era la primera vez que veía un retrato y se sintió extraña y culpable. Estuvo a punto de salir corriendo pero Imany posó una mano en su hombro y la tranquilizó.

- En esa foto aparecéis tu madre, tu padre y tú. Habrás oído muchas sobre mí, así que te contaré mi historia para conjurar a los fantasmas.  A los 12 años me casaron con Hassam, un hombre rico y poderoso, y a  los ocho meses nació tu madre, Fátima. Él murió poco después. Me quisieron entregar a su hermano Admún, pues estaba viudo y tenía un niño, Rafaf, pero escapé con mi hija. Me alcanzaron a los pocos días. Admún aprovechó su autoridad para arrebatarme a la niña  y me impidieron volver a verla. Me repudiaron las dos familias, la mía y la de ellos, así que me marché. Afortunadamente, conocí a Arturo, un reportero español que cubría las noticias de Oriente Medio, y me casé con él. Volví a ver a tu madre cuando tú eras un bebé y os hice esta foto cuando nos visitasteis en Tánger. A la vuelta tuvieron un accidente y murieron.

Como ves,- continúo Imany-  Admún es en realidad tu tío abuelo, con quien no quise casarme. Y las cosas del destino, su único hijo, Rafaf, se casó con tu madre. Al morir ellos, de nuevo hizo uso de su poder y me prohibió verte. Así que compramos una casa lo más cerca posible de tí y aquí estamos. Pasamos temporadas cada vez más largas esperando a que seas lo suficientemente mayor como para que vengas con nosotros, si así tú lo decides.

Dana se sentía desconcertada pues por primera vez escuchaba su historia.  Siempre durmió sola, lloró sola, estuvo malita sola…

Un día preguntó a Laila, ‘la negra de nariz aguileña’, como la llamaban los sirvientes, si tenía padres y por toda respuesta la esposa de Admún la abofeteó y le escupió que no los tenía porque estaba maldita.  

Aun así aprendió a ser humilde, a pesar de que todos los días ya se encargaba Laila de recordarle lo agradecida que tenía que estar una impura como ella, por tener  techo y comida, y realmente Dana daba gracias a su dios por todo: por ellos y por la fruta y por las flores y por el agua… y les quería porque, para quien es consciente de que nada les pertenece, la libertad de amar no tiene límites. Incluso sentía gratitud por su vida y creía que su aspecto, aunque le avergonzara, era el precio que pagaba por ser feliz.

En esos pensamientos andaba la joven, abrazada a un cojín turquesa,  mientras sentía a la abuela preparando el té; escuchaba el gorgoteo de las burbujas del agua al hervir, el crujido mentolado de las ramas verdeazuladas de la hierbabuena y el tintineo dulce de la cuchara al dejar caer en el dispensador un hilo de miel espesa y amarilla que olía a sol.

Los vasos cascabeleaban en la bandeja al ritmo de los pasos de Imany, que la posaba como una mariposa sobre la mesita, junto a un cuenco con flores de azahar. Colocó un vaso rosa de vidrio esmerilado frente a su nieta y un platito, con dados tostados de hojaldre con aroma a hierbaluisa  y miel,  espolvoreados con almendra picada, sésamo dorado y azúcar glass.

El hervidor aún silbaba cuando Imany sembró una rama de hierbabuena en cada vaso. Flotaba el aroma del té verde y Dana sentía un nudo tan apretado en la garganta que pensó que no podría tragárselo.

Imany abrió el paquete de hojas de té y la muchacha hizo un esfuerzo por controlar su emoción: el futuro estaba estaba a tres cucharadas de ella. Su abuela cogió el hervidor, añadió un poco de agua a la tetera para calentarla e hidratar las hojas y a continuación desechó el líquido. Introdujo ramas frescas de hierbabuena y con un palito mielero las cubrió con miel.

- Dana, te noto nerviosa y tensa… ¿Te has asustado?
- Oh, no, de verdad, lo que me has dicho me ha aclarado muchas cosas y estoy bien, abuela, de verdad.
- ¿Entonces?
- Admún me dijo que veías el porvenir en los posos del té y…
- ¡No me digas que has escapado de casa para que te lea el futuro!

Dana asintió con vergüenza.
- Por favor... - suplicaron sus ojos brillantes-. Se resistía a aceptar que no obtendría respuestas.
- Lo siento, pero yo no leo el porvenir. Lo que ocurrió con tu abuelo fue algo muy diferente.

La joven, desconsolada,  se levantó.
-Espera, no te vayas, toma el té conmigo.  No te preocupes por el futuro - la quiso tranquilizar-, eres la única heredera de Admún, nos tienes a nosotros que te queremos y...
- Gracias, abuela - dijo con dulzura - pero eso no me preocupa; es que llevo mucho tiempo esperando este momento... en el que los posos te hablen de mí y en el que tú me digas si voy a poder, alguna vez, quitarme estos velos…, ser bella como tú…,  no tener que escudarme más entre pañuelos para ocultar mi rareza y, sobre todo, necesitaba entender mi sueño secreto.
-  Cariño, yo... ¿qué sueño secreto?
- Con lo que me has contado esta noche, he entendido que las personas con quienes soñaba eran mis padres. En él, me abrazan y dan vueltas mientras me levantan sobre sus cabezas y sonríen. Sin embargo, hay algo que no consigo recordar: el nombre con el que me llamaban y te aseguro que no era Dana.
- Hija, yo no puedo ver tu futuro y mucho menos entender las palabras de tus padres en sueños. Yo no puedo, pero tú, sí. En cuanto a Admún, lo que ocurrió es que vino a verme a Tánger porque quería impedir la boda entre tu padre y tu madre;  a pesar de que Rafaf estudió fuera siempre amó a Fátima. Y si  para tu abuelo soy una bruja es porque está cegado por el orgullo y el rencor que le impiden escuchar la verdad. Fue tal el dolor que le causaron mis palabras cuando le dije que su soberbia e intolerancia amargaron a su hijo, que no lo pudo soportar y en vez de perdonarse, me atribuyó poderes adivinatorios y desde entonces me llama sájira.

Imany agarró el asa de la tetera, la levantó y apareció, entre ella y el vaso de Dana, un hilo fino de burbujas de menta, humo de miel y trinos de agua.
- Los mensajes de la vida, el jeroglífico de los posos del té, solo los podemos interpretar nosotras mismas- susurró.

Las hojas giraban en un remolino, una espiral sin principio y sin fondo...

Bebieron el té en silencio y cuando lo acabaron, Dana envolvió su vaso entre las manos como si fuese un gorrioncillo y, tal y como le dijo Imany, subió a la terraza de la casa.  Miró en el fondo intentando leer los posos del té pero solo vio, en un reflejo azul noche, su cara: la luna. Y su mente y su corazón, que hasta entonces se movían en la misma dirección que las agujas de un reloj, se detuvieron tres latidos y cambiaron el sentido del giro. Por un momento sintió que era una brizna de té flotando en el bucle del universo, y ahí fue cuando recordó aquellas palabras con las que sus padres la nombraban.

- Hasta mañana, abuela –dijo al volver al interior de la estancia-. A partir de hoy vendré a tomar té contigo cada tarde después de clase.

Al llegar a casa de su abuelo, lo encontró de pie en la puerta, enfurecido, dispuesto a gritarle y, junto a él, unos sirvientes y  Leila con la nariz más afilada que nunca; pero Dana, llevándose un dedo a los labios, les ordenó callar mientras subía las escaleras y se quitaba el pañuelo negro y enorme que la envolvía y el velo azabache que tapaba su cara y su pelo.

Todos se apartaron y dejaron pasar a quien sus padres llamaban, orgullosos,  Hija de la luna.



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