Aparecías
corriendo por la facultad, no porque fueses deportista sino porque siempre
llegabas tarde.
Volvías
locas a las tías tan solo con una sonrisa y yo me ponía celoso si te miraba mi
Lola.
Me pediste
que esperara en la puerta del quirófano y te juro que lo hice por ti, porque si
algo odio son las batas verdes.
En la
habitación, ya solos, me diste las gracias. Brillaban tus ojos.
Pasaba el tiempo y cada día
eras menos tú o más… no sé.
Meses
después, en clase, te reconocí, y ¡cómo no, llegaste tarde!
Y ahora
vuelves locos a los tíos con esa condenada sonrisa.
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