Sin nombrarlo, ayer hablamos toda la tarde del dolor, del amor y de la amargura; hasta nos atrevimos a nombrar la muerte. La de ella, la de nuestra “ella”.
Hace tiempo que rondaba en mi cabeza la idea de hacer un microrrelato basado en vuestra historia y tú confesaste tener uno ya acabado.
Así que, para inspirarme, recordé vuestro salón presidido por Buda y con aroma a incienso; junto a una de las ventanas, la mesa donde tres mañanas y tres noches compartimos nuestras vidas.
Te veía a ti, con los brazos cruzados frente al fogón, esperando que la cafetera reventara y que, con su explosión, rompiera por fin ese mal hechizo que os envuelve.
Incluso, en mi mente, percibía el arrastrar cansado de sus zapatillas que como una lija, paso a paso, te arrancan la piel.
Me acordé de una conversación en la que me decías:
- “¿Tú sabes? Ha pasado mala noche, tiene la quimioterapia dentro de unas horas y eso no la deja dormir. Ya de madrugada ha sido horrible, yo estaba en la cocina haciendo la comida para dejarlo todo listo, cuando de repente oí un golpe, creí que se había caído su bastón. Me acerqué a la habitación y la encontré tirada en suelo, en la esquina del cuarto, solita, acurrucada. Ella ni se quejó y yo me quería morir.
Más tarde, preparé la bandeja con el desayuno y me dirigí al salón. Allí estaba ella, esperándome como cada mañana, agradecida pero ausente. A veces no la reconozco o tal vez sea que ya no sé ni quién soy yo. Acabó su café y encendió un cigarro y su mirada se fue tras la espiral del humo. No sé dónde viajaron sus pensamientos y yo hubiese querido convertirme en niebla para irme con ella”.
Ahora cierro los ojos al rememorar ese momento en el que, temblorosa, me hablabas y te vi, te vi allí transportando una bandeja hacia ninguna parte, colocarla frente a ella y poner azúcar en su taza de café. Dices que es de lo poco que ya le apetece tomar y yo pienso que tú eres quien saborea cada uno de sus sorbos. Te veo encender el equipo de música y charlar con ella y siento cómo congelas cada segundo porque esos segundos son lo único a lo que puedes agarrarte… y escucho el sonido de las canciones de vuestra vida y cómo sus letras guardan silencio.
Lo intenté pero va a ser que no. Es imposible.
Al final, como se puede comprobar, yo escribí un dramón cursirosado y tú una tragedia cubana. Y juro que me esforcé en mantener de fondo, mientras ordenaba las letras, el sonido de unos violines plañideros para ambientarme y, que sepas que, no me tomé una “Coronita” porque era tan tarde que hasta las tiendas de los chinos estaban cerradas.
Pero seguí en el intento de conseguir reducir vuestra vida a un relato de 150 palabras (es mi TOC) así que te pedí que me enviases el listado de vuestras canciones más íntimas; eres tan obediente que tuve que esperar hasta las dos de la madrugada; quedé pasmada cuando por fin recibí la lista que literalmente reproduzco: imagine, tres por cuarto, lechona, las danzas de cervantes (tal cual).
Después de ver varios vídeos sobre cómo hacer al horno tres cuartos de lechona en el restaurante “Danzas de Cervantes”, claudiqué.
Así que, hermana, abandono el intento de escribir el microrrelato, no puedo escribir en modo “drama” porque pienso en ella, en nuestra “ella”, en su risa pícara y en ese puto cigarro que se llevará al infierno o al cielo, pues será ella quien elija ir adonde no esté prohibido fumar.
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